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sábado, 20 de septiembre de 2014

Saludos preliminares


Cuando me disponía a iniciar la escritura de este blog tomé unos apuntes que iban más o menos así: 
  Usar muchos puntos y aparte.  Los párrafos nuevos siempre aligeran el texto, lo que ya es algo, conociéndome.
 Después escribí  algo sobre” vivir el presente”, un tópico tan tópico que ya parece inabordable, pero me gustó la metáfora del Stradivarius y aquí lo comparto (porque de eso se trata un blog, de compartir ¿no?).
  “Vivir el presente, sí, pero con la plena resonancia del pasado que le otorga consistencia plena, como si fuera ese pasado la inigualable caja de un violín Stradivarius en el que cada melodía resuena con la densidad de todo lo que hizo posible la fabricación de este  instrumento sin igual.  Vivir también  el pasado, entonces.  No como nostalgia estéril ni añoranza, sino como plenitud.  Sólo así adquiere el presente su verdadera riqueza, con esa resonancia.”
 El conjunto suena un poco a autoayuda, lo confieso, y es que  este blog lo es   --de auto ayuda para mí, ¡ojo!  Lo cultivo con la esperanza de que me airee los sesos y sirva de válvula de escape a mi perniciosa manía de hacer hair splitting de las ideas.  Será un alivio también para los que viven conmigo, interlocutores cautivos de mis alambicados razonamientos. No es el momento de ponerme confesional ni de hacer de este blog un selfie, pero sí diré que hasta los acontecimientos más banales disparan en mí la compulsión por rizar el rizo y buscarle cinco patas al gato. Por ahí van los tiros: intentaré sacarle punta a las cosas cotidianas, y a ver hacia dónde nos llevan. 
  Un anticipo:  el  fascinante tema de los insultos. ¿Qué dicen sobre nosotros los insultos que proferimos?  Se perfila aquí todo un eclairage intime de las diferencias culturales. ¿Por qué se caga en tus muertos un siciliano, cuando un alemán te llama orificio anal, un español cuestiona la fidelidad de tu esposa y un húngaro te desea que Dios Nuestro Señor  te dé por culo?  No quiero imaginarme que se dirán los japoneses, entre reverencia y reverencia.

  Pero todavía no.  Un poco de suspense necesario.  Por ahora, aquí va un cuento mío, inédito y casi virgen, ambientado en Puerto Rico.

                                    AL ESTE  DEL PARAISO  

   

 El infierno es la mirada del otro.

  
                                                                     I

    Se rajó la gorda nube con el estruendo de un trueno, cayó el diluvio del cielo y  él vio que estaba bien, era bueno que el aguacero le golpeara  la cabeza desnuda  recorriendo su piel en minúsculas cataratas que pronto llenaron sus zapatos; al caminar sonaba el agua en ellos y sus pies parecían grandes peces chapoteando en el cubo de un pescador.  La ropa empapada se pegaba a su piel, y era bueno también. Mojado de lluvia se sentía desnudo sin estarlo; ya no habίa nada  entre su  cuerpo y la  Creación, toda ella y sus frutos como una mesa tendida para él.   
  Era único y estaba solo --pero él no era Dios, aunque lo pareciera.  Dios era quien le  habίa puesto al frente todas las cosas del mundo,  le había enseñado su abuela en las brumas de su infancia.   Cosas que no existían, sin embargo, en sí mismas y sόlo venían a adquirir verdadera realidad  cuando él las representaba en su mente.
   Sintió sed y se sació con sólo abrir la boca, de cara al agua dulce y fresca que caίa del cielo.  Nada más hacerlo y fueron la misma cosa su sed y esa agua que al  beberla  descendía gorgoteando por su garganta hacia el misterioso interior invisible de sί mismo hecho de sensaciones:  burbujas de gas, espesos olores y las acomodaciones submarinas de sus vísceras y όrganos en lo profundo. 
   De cuando en cuando aquel mundo sin luz que llevaba dentro se manifestaba en forma de un chorro de líquido amarillo y espumoso con el que rociaba su entorno. O en deposiciones  de materia semisólida que olían supremamente a su propia y profunda persona.  Se desapegaba con esfuerzo de esta materia;  le producía nostalgia abandonar al mundo la sustancia tibia que hasta hace poco había formado parte íntima  de su ser.  Aún así, también eso se correspondía con un anhelo.  Al aliviarse, acuclillado sobre el suelo, no eran diferentes su mierda  y las ganas de cagar.
  Cuando sentía el doloroso espasmo en la boca del  estómago vacío  le bastaba con estirar la mano. Rebuscaba un poco entre los recipientes, buceando aquí y allá con el tacto y con la vista, hasta dar con la sustancia diversa que aplacaba su ansia y la fundía con su satisfacción. Masticaba y tragaba sumido en un extático presente de plenitud animal.  Había de todo en abundancia y de todas las texturas:  hot dogs,  muslos de pollo frito, arroz con habichuelas, restos de papas fritas nadando en “ketchup”, apenas mordidos sándwiches de jamón y queso derretidos por el calor, pedazos de sandías cuando era la época, mangos y papayas, semipodridos y fragantes, en las cercanías del puesto de frutas a  la sombra los dos edificios como blancos transatlánticos paralelos navegando en la catarata de luz del sol del mediodía.
  Recorría caminando toda la ciudad.  Cuando lo invadía el cansancio de sus piernas fatigadas o simplemente se saturaban  sus sentidos,  sobrestimulados por la plenitud  casi  insoportable de la vida  --colores y formas en la hoguera de la luz; la textura infinita de las cosas con su inagotable diversidad de olores y sabores en medio del estruendo del mundo-- echaba un sueñecito dulce  donde lo sorprendiera el impulso.  Cualquier lugar era bueno: el mundo era una mesa tendida, y una cama tendida también.  El filo de sombra de un edificio sobre la acera, el interior mullido de los gigantescos contenedores de basura del supermercado, los bancos de metal inoxidable en la parada de autobuses:  la Creaciόn de la que le había hablado su abuela lo acogía como un mullido lecho del que no era posible caerse.  El  mundo entero era un lecho y no existía el vacío. Suspendido en el estado de gracia de su absoluta soledad, todas las cosas eran él mismo y no habίa adonde caerse.
   En cambio por las noches --para esa larga zambullida hacia la nada en el fondo de su ser-- siempre se acurrucaba en el mismo sitio bajo el puente de cemento de la autopista Las Américas.  La tierra apisonada entre los dos pilares del centro  conservaba la huella de su cuerpo enroscado y  sobre la pared de concreto una aureola de sebo olía a él,  marcando como un rabo de nube el lugar de su madriguera nocturna. 
    Sucedía a veces que, al caer en lo profundo, le nacía de aquella nada un anhelo desconocido  que no se correspondía  con ninguna de las cosas del mundo  ni  se  hacía uno en su interior con cosa alguna. Era ésta una  pura ansia sin destino que culminaba en un largo espasmo, tibio y pegajoso.  Nacida del fondo de la nada, esta ansia era distinta  porque jamás llegaba a fundirse con su propia realización.  Le dejaba, en cambio, un vacío por dentro ---como si una mano invisible le hubiese extirpado una víscera mientras dormía. 
   Jamás soñaba. Cada noche la Creación y él se sumergían simultáneamente en el caos sin luz anterior a la existencia, reinventándose al alba a partir de la luz que se colaba por debajo del puente.    
   Luego de vaciar largamente su vejiga sobre el  terraplén, se asomaba  al río de chatarra que ya comenzaba a formarse en la avenida. Como duros escarabajos los autos se apiñaban contra la luz del semáforo en rojo; en su interior, encapsulados detrás de los cristales, hombres y mujeres, niños, viejos,  jóvenes: la humanidad.  Para él sólo eran cuadros fijos fugaces en la cinta de una película en marcha.   Muchacha maquillándose en el espejo  … matrimonio discutiendo …bebé llorando…  jóvenes del arrabal sacudiéndose a ritmo de regetón …  Eran los Otros, los que no eran Él, como un telόn de fondo para la soledad de su paraíso.
  Liberados por el semáforo en verde, los miraba fluir:  las manos crispadas sobre la rueda del volante, los ojos perforando el parabrisas.  Al atorarse la corriente en el próximo cambio de luces se forma un remanso . Ellos miran a un lado y al otro;   a veces tiene la ilusoria impresión de que lo ven. La ilusión duraba apenas un instante;  le bastaba parpadear, cerrar los ojos, y ya se deshacía el espejismo.

                                    *                               *                                    *
.
   Y fue que se enroscό  en su madriguera bajo el puente de la autopista y cayό en un sueño pesado y profundo, adormecido por la oscura turbulencia de un viento negro que ya presagiaba el inicio de la temporada de huracanes. También esa noche, como otras, lo invadiό aquel  anhelo sin nombre y sin destino, y mientras dormía se derramό.   Entre tarde y mañana fue el día siguiente, y cuando abriό los ojos estaba la muchacha de pie a su lado.
   Cerró fuertemente los ojos y volviό a adormilarse hasta que lo despertó la sirena de una ambulancia por la avenida.  Todavía encogido en  posición fetal zafό un par de pedos de estruendo y  después se levantό a orinar, con el sexo endurecido por la presión en su vejiga.
   Ella seguía allí. 
   Mientras rociaba abundantemente  la pared de cemento  --el líquido formaba un  arroyuelo espumoso  en  el polvo del terraplén por entre sus pies descalzos  --parpadeό varias veces para borrarla de la existencia.   Ya desaparecería ella también como los otros, se dijo.
   Muy pronto una placentera lasitud, un ansia conocida,  se fue extendiendo por su vientre.  Se bajó los pantalones y se acuclillό allí mismo. La sustancia,  supremamente real y de un olor profundo, se desprendiό de su cuerpo con deleitosa parsimonia formando una rosca semiblanda rematada en un firulete puntiagudo.  La abandonό con pesar entre la maleza luego de limpiarse con la mano izquierda. 
   Estaba restregando esa mano contra los pastos húmedos de rocío para lavarla un poco cuando la muchacha, que no se había desvanecido en la nada, le tendiό un rollo de papel.  Parecía tan real como si también ella fuese una sustancia salida de su cuerpo. 
  Abriendo su mochila sacό una fiambrera de tres recipientes de aluminio, como las de antes, y  los fue destapando uno a uno mientras anunciaba con voz sonora el nombre de cada plato:  sopa de plátano,  bisté encebollado con arroz y habichuelas guisadas, amarillos fritos y una raja de aguacate por el la’o.  Los aromas compuestos de la comida hirieron sus sentidos;  se  llenό su boca de saliva, y ya iba a abalanzarse sobre aquellos manjares cuando la muchacha lo contuvo con un gesto.
  ---No, no, no, no –dijo, poniendo los platos fuera de su alcance--.  Primero se me lava las manos con agua y jabón.
   Y sacό de su mochila sin fin un botellón de agua, una pastilla de jabón y una toalla.
  Aquello fue el comienzo. 
   El obedeciό --¿cόmo no iba a obedecerle?--  y la muchacha le permitió comer.  Comiό con sus manos  recién lavadas sumergiendo directamente  el rostro barbado en el plato de aluminio.   Satisfecha su hambre, la comida dejό de existir.  Sόlo quedaron algunos restos que ella recogiό junto a los platos, guardándolo todo en una bolsa de plástico en su mochila.  El lanzό un eructo de buena digestiόn y recostό la espalda contra la pared de cemento de su guarida, despatarrado, con el pantalón entreabierto y las barbas pegoteadas de guiso de habichuelas. 
   --Me llamo Milagros  --dijo la muchacha antes de irse.
   El la vio irse, alta y flexible por el terraplén arriba con la mochila al hombro.  Ahora sólo le quedaba aquel único anhelo, esa ansia sin destino que lo golpeó con más fuerza cuando ella se hubo ido.
   Ese fue el primer día.   

                                       *                               *                                 *

 
  ---No ha sido nada de fácil, créanme  --dijo Milagros lanzando una alegre carcajada—
     pero ya puedo decir que lo tengo comiéndome de la mano.
  ---¡Yesssss!  --exclamó entusiasmada Aixa, haciendo el consabido gesto.
  -- Lo próximo es conseguir que ingrese en el Centro de Acogida de Río Piedras--prosiguió Millie.
  --No te hagas ilusiones  --dijo Migdalia con una sonrisa verdosa--.  Ahí tienen una lista de espera que no te digo…
   --No, si no es eso.  Para lo del alojamiento estoy segura de que la Dra. Ángeles Agosto, como directora del proyecto Reinserción Social del Deambulante, me podría ayudar. 
   --Pero claro, chica.   --exclamó Betzaida--.  Para eso es tu directora de tesis, ¿no?  Seguro que después ella usa tu casito de muestra para pedir un fracatán de Fondos Federales. 
  ---Es que él no quiere. Prefiere dormir debajo del puente.
  ---¿Cóóómo?  –se asombró Zorangelises--.  ¿Prefiere dormir en la calle que bajo techo, protegido de la lluvia, en una buena cama con colchón?   ¡Estará loco!     
    ---Hay que considerar que las motivaciones psicológicas de estos individuos  suelen ser sumamente  complejas   --dijo con voz engolada Orlando,  el único varón entre los candidatos a graduados de Trabajo Social--.  Habría que analizar sus causas profundas, remontarnos a los traumas de su infancia...  
    ---Whatever, Orlando  --dijo Migdalia, cortándole el chorro--.  ¿Pero el tipo qué te dice, Milagros?  ¿Por qué no quiere?
  ---¡Qué emoción, Millie!  --interrumpió Betzaida--   ¡Rehabilitar a un ser humano de verdad --igual que en esos casos que estudiamos en los libros!
  Aixa también estaba emocionada y contemplaba a Milagros con sus grandes ojos negros muy abiertos.
  --No lo sé, dijo Millie. Es que él no habla.
  --¿Cómo que no habla? ¿Es mudo? –se asombró Orlando.
   --No chico, no --rio Milagros--.  Quiero decir, que nunca me cuenta nada.  Cuando habla parece que tuviera una papa en la boca, el pobre.   Ni siquiera sé cómo se llama de verdad;  yo le digo “Cheo”.  En la solicitud  para conseguirle trabajo por Capítulo 54  puse: “José Rivera Rodríguez”, y me inventé sus datos de identidad.
   La mesa del Burger King estalló en una carcajada.
  ---Es que tú eres bien atrevida…--dijo Zorangelises, mordiendo su “Whopper” de doble queso con todo.
   ---Ten cuidado, Milagros.  No te vayas a meter en un problema   ---advirtió Migdalia.
    ---Qué va a ser, chica.  Si todo eso es con dinero americano, a nadie le importa.
    ---Además, es para una buena causa  ---intervino Aixa cuando bajó el alboroto de la cháchara y las risas--.  Una causa muy noble.
   Migdalia no dijo nada, pero siguió meneando la cabeza con desaprobación.
   ---Pero cuenta; cuéntanos Millie   ---insistió Betzaida, loca por saber.
  ---Oye, sí   --dijo Zorangelises--.  Te lo tenías calladito, eh.  Sabíamos que estabas trabajando en tu tesina, pero nunca nos imaginamos que ya tenías un casito real, nena.  Un verdadero caso con un deambulante vagabundo sin techo. ¡Y eso, antes de graduarte!  ¡Uau, Millie! ¡Chócala!
  ---Bueeeeno…
  Milagros comenzó a hablar y  se hizo el silencio: 
  ---Pues, al principio fue BIEN dificil, como ya les dije. ¡Ufff!   Sobre todo sobreponerme al asco que me daba el pobre Cheo, bendito.
  Contó cómo lo había descubierto un día que circulaba en carro por la avenida y  lo vio, semidesnudo y con la barba hasta el pecho como un profeta bíblico, mientras hacía sus necesidades agachado bajo el puente de la autopista.  Frente a todo el mundo.  Recordando lo estudiado en la clase de Psicología de la Conducta, se le ocurrió  llevarle comida sabrosa y usar el alimento como señuelo para lograr que se fuera (Millie buscó el término adecuado) …civilizando poco a poco.
  ---No se pueden imaginar lo que era al principio, cuando empecé a trabajar con él.  Cheo se agachaba a cagar y se limpiaba la mierda con la mano, como un mono.  Tenía una peste encima que por poco me desmayo la primera vez que me le acerqué.
   Le servía  comida bien rica --arroz con habichuelas, tostones, carne guisada o pollo--   
 pero no se la daba hasta que no se lavara las manos. Una vez logrado eso –que se lavara-- después fue la lucha para que no me comiera directamente del plato. Y después, que se fuera a cagar bien lejos, y escondido.  Y así fue con todo lo demás:  Hasta que no me hacía caso no le daba de comer.
  ---Y después de comer, ¿te seguía haciendo caso?  --quiso saber Orlando.
    Milagros pensó un momento antes de responder:
  ---Sí y no…  Digamos que se fue acostumbrando poco a poco a hacer algunas cosas más decentemente, pero lo cierto es que cuando ya estaba satisfecho volvía a recaer en lo mismo.  Ya yo no sabía qué hacer para que la modificación de conducta le durara. Entonces un día sucedió algo que me dio la clave.
  Milagros hizo una pequeña pausa dramática para mantener en vilo a sus compañeros. 
  ---Yo estaba sentada a su lado mientras terminaba de comer, cuando de pronto Cheo se me acerca y recuesta su cabeza en mi falda. 
  ---¡Qué brutal, Millie!  --exclamó Betzaida--.  ¡Ay, se me pone la carne de gallina!
  ---Yo me quedé helada  --prosiguió Milagros--.  Eso era cuando todavía no se había bañado nunca,  imagínense… 
  Bueno.  Mi primera reacción --en mi mente-- fue ¡echa pa’allá! y empujarlo. Pero en lugar de eso --no sé por qué-- me puse a rascarlo con las uñas por entre la mata emplegostá del pelo ---igualito que los monos en los documentales de “Nature” cuando se espulgan.  La cuestión es que funcionó. Cheo se puso a gemir como un perrito agradecido, y desde entonces hace todo lo que yo le diga.
  --¡Ay bendito! –suspiró Aixa, y se le salían las lágrimas.
  ---¿Lo ven?, ¿lo ven?  –protestó Orlando--  Esas son las cosas que un varón no puede hacer.  En esta profesión las mujeres nos llevan ventaja, no es justo.  ¡A ver si yo puedo rehabilitar a un deambulante rascándolo un poquito!  
  ---Vamos, nene    ---se burló Zorangelises con malicia--.  Ahora no te vayas a convertir en trasvesti  nada más que por eso.  Que ganas no te faltan…
  Cuando se acallaron las risas y las bromas,  Milagros siguió contando:
   ---Al día  siguiente conseguí que se bañara completo en La Casa de Nuestra Gente.  Le traje ropa del  Salvation Army y  se la puso.  ¡Parecía otra persona!   ¿Y adivinen qué?  ¡Me dejó que lo afeitara y le cortara el pelo!  Trasss, trasss, trasss:  con una tijeras le tumbé todos  esos dreads  asquerosos de sucios.  Y todo eso nada más que a cambio de un poco de cariño, bendito--  suspiró Millie--. Lo único que me falta ahora es convencerlo para que no siga durmiendo bajo el puente.
   ---Tienes que tener mucho cuidado, Milagros  -- advirtió Migdalia, poniendo la nota discordante en medio del entusiasmo general--.  Aquí  puede haber un issue de profesionalismo. Te pueden cuestionar esos métodos… 
  ---¡Psss!  Que me cuestionen si quieren… ---ahí están los resultados.  ¿Qué puede haber de malo en rascarle un poquito la cabeza de vez en cuando? 
   ---Por las dudas, tú eso no lo pongas en la tesina   ---dijo Zorangelises.
   ---Sí, NO lo pongas, Millie, por favor   ---dijo Aixa--.  Hay mucha gente mal pensada.
   ---Comoquiera, te puedes buscar un problema  --insistió Migdalia--.  ¿Y  si se enamora de ti, ¿eh?  Tú no sabes…
   ---Nah, que va.  --Milagros se encogió de hombros--.  Ta’ t’o bajo control.

                                               *       *       *                    
   
Una mañana lo despertó como siempre el fragor temprano de los automóviles por la avenida. Al salir de su madriguera bajo el puente y asomarse al terraplén, de pronto se sintió desnudo.  Aunque llevaba puesta la ropa limpia y casi nueva que la muchacha le había traído del Salvation Army, le pareció ahora que no podía tapar sus vergüenzas de   los ojos que lo escudriñaban desde las ventanillas de los carros.   Esta vez de nada le sirvió parpadear.  Los ojos seguían allí, estaban por todas partes aleteando como bandadas de murciélagos sorprendidos por la luz del día.   Los veía todo el tiempo, implacables, dondequiera que se ocultase en su eterno deambular por la ciudad.  Achicharrado de luz, convertido en bestia urbana, en comedor de basura en el espejo de esos ojos,  deseó con todas sus fuerzas regresar a su paraíso de antes --cuando aún no existía la muchacha.  Y ese anhelo desesperado se fundió, en lo profundo,  con el ansia sin destino que  le nacía por las noches.
   Porque era ella --la muchacha—el ángel flamígero que guardaba las puertas del Paraíso.

                      

                                                                        II

 
  ---Esa pregunta no se la puedo contestar, compañera   ---repitió por tercera vez el Superintendente de la Policía en la conferencia de prensa--.  En este momento podría comprometer la investigación que estamos llevando a cabo. 
    A su lado el coronel Desiderio Babilonia asentía con su cabeza  afeitada,  reluciente como una bola de bowling.
  ---A ver allá, ‘El Vocero’, que hace rato que me está pidiendo un turno.
  El reportero carraspeó, esbozando una sonrisa.  Su atiplada voz  de bolero se alzó por encima del murmullo de sus colegas:
  ---¿Ya está confirmado el informe del forense?   
   A su lado un cámara del Canal 2 TV maniobraba entre la cablería buscando los mejores ángulos.   
   ---Esa pregunta se la dejo a la Teniente Díaz, de la División de Delitos Sexuales.
   ---Positivo   ---respondió lacónica por el micrófono la mujer en uniforme de policía a su derecha .  La carne de sus hombros se amontonaba sobre el cuello como la nuca de un  toro cebú;   sus  cabellos recogidos  en un  apretado moño  en lo alto de la cabeza remataban en un tilde negro el conjunto de su persona.   
   ---O sea, que la violación ocurrió  después de la muerte.
   ---Eso es correcto.
   ---¿Podría elaborar un poco, Teniente?  Para mis oyentes. --- interrumpió la chica de WKQ Radio, sosteniendo su grabadora en alto--.  ¿Cuánto tiempo transcurrió entre el asesinato y la violación?
    --- ¡Aquí, Teniente!  --chilló una voz masculina-- ¿Fue violada más de una vez?  El cadáver, quiero decir…
   ---¡Vamos a respetar los turnos, compañeros!
   ---¡Coño!
   --- ¡Aquí, para ‘Primera Hora’! ¿Es cierto que la estranguló con un pedazo de alambre?
    ---¿Hay algún testigo?  ¿Alguien oyó gritos?
     ---¿A  qué hora se supone que fue la muerte?
     ---¿Tienen a algún sospechoso?   ¿Hubo arrestos?
  Preguntaban todos al mismo tiempo,  a los gritos.  El coronel Desiderio Babilonia, a cargo de la  investigación, pidió calma con voz de cuartel:
   ¡Orden!  --ladró por el micrófono--.  Así no podemos seguir.  Es una pregunta por vez.     A ver:  ‘Telemundo’. 
   ---¿Alguna teoría de por qué el asesino la mató antes de violarla?  Casi siempre es al revés, ¿no?
   La cámara de televisión móvil tomó un plano medio de la rubia reportera, y enseguida un “close up” de la Teniente Díaz .
    ---Hay detalles que no les puedo dar, por respeto a la dignidad de la víctima.  
  Su mole imperturbable llenaba la pantalla como el primer plano de un luchador de “sumo”.
    ---Estamos buscando el paradero del principal sospechoso, un deambulante que dormía debajo del puente de la autopista donde se encontró el cadáver  ---terció el coronel Desiderio Babilonia. 
  Aclarándose la garganta agregó:
   ---Aprovecho, ¿veldá?,  para hacer un llamado al pueblo de Puerto Rico por este medio.  Cualquiera persona que crea haber visto al susodicho sospechoso puede llamar al  787 343 2020.   O al  411,  y que le comuniquen directamente con la oficina de este servidor, coronel Desiderio Babilonia, del Negociado de Investigaciones Criminales de la Policía de Puerto Rico.  Gracias.
   ---Coronel, coronel.  Para ‘Noticentro Canal 2’, que estamos en el aire.  ¿Qué pistas sólidas se están siguiendo, en este momento?
  ---Bueno…  Como decía ahora mismo el señor Superintendente de la Policía, hay informaciones que no les podemos dar porque ponen en peligro la investigación.  Pero estamos siguiendo todas las pistas y hay gente trabajando en el caso alrededor del reloj, las veinticuatro horas del día.
   ---Tengo información de que se han hecho numerosas intervenciones con la población indigente.  Han habido denuncias, inclusive, de detenciones ilegales  --intervino ‘Radio Oro’ blandiendo el micrófono de su grabadora--.  ¿Es que han identificado a algún cómplice del sospechoso? 
  ---Todo lo que puedo decirles es que en este momento no hay ningún detenido.  Hubieron, eso es correcto, unas  personas que fueron detenidas y debidamente interrogadas, pero ya están otra vez en la libre comunidad. O sea, en la calle.
  Apuntando con el mentón, señaló a uno de los periodistas del fondo:  
  ---A ver, el semanario ‘Claridad’ de la bella izquierda, je,je..  Su pregunta --y  que sea breve, ¡por favor!
   Un joven de aspecto serio tomó la palabra.  Tenía, al hablar, ese inconfundible fraseo demorado en las pausas, calco retórico del líder máximo de su comunidad política:
---¿Cómo es posible   --les pregunto, señores Superintendente de la Policía y coronel Babilonia, a cargo de esta investigación--   que en una isla pequeña como la nuestra, con todos nuestros aeropuertos y puertos de mar controlados por el Imperialismo Yanqui, la Policía no haya podido encontrar todavía a una persona que lleva AÑOS viviendo debajo del mismo puente,  a la vista de los MILES de conductores que pasan por ahí todos los días?   ¿O es que acaso se lo tragó la tierra?  
  ---Al igual que las famosas bombas aquellas con que, alegadamente, unos patriotas iban a volar las torres del Cerro Maravilla…
Añadió con elaborado sarcasmo el joven de aspecto serio acomodándose los anteojos.
  Los altos mandos  de las fuerzas del Orden Público lo oyeron como quien oye llover y  no mordieron el anzuelo.  Acostumbrado al ninguneo en las ruedas de prensa, el periodista de ‘Claridad’ se sentó, sin embargo, con la satisfacción del deber cumplido.  Tal como era de esperarse, sus cuestionamientos  quedaron sin respuesta. 
  El planteo de cómo pudo haber desaparecido el principal sospechoso con tanta facilidad ya se disolvía en el terco silencio de las autoridades, habitual en estos casos, cuando inesperadamente la teniente Díaz habló:
   ---No se lo tragó la tierra, joven, pero va a ser sumamente difícil encontrarlo. 
   La víctima –Milagros Santos Mangual,”Millie”-- había hecho un buen trabajo, dijo.  Al rehabilitar al sospechoso y recobrarlo para la sociedad lo había transformado por completo, convirtiéndolo en una persona común y corriente.  El presunto asesino podía ser cualquiera;  al igual que un camaleón, ahora resultaba indistinguible de los demás.  Con un toque de prédica Pentecostal, la teniente Díaz agregó:
   ---Cualquiera de nosotros al Este del Paraíso.     


                                                       *               *              *


   Finalizado círculo de oración  bajo la gran ceiba frente a la Biblioteca Lázaro, en conmemoración del primer año desde la desaparición de Millie, los amigos se fueron  a comer al Burguer King de Río Piedras.  Había conducido la ceremonia la propia Directora  --ahora Decana de Asuntos Académicos.  Durante el minuto de silencio, en círculo con las manos entrelazadas, hubo lágrimas y sollozos; pero ya en el restaurante de comida rápida los amigos habían  recobrado su despreocupada alegría juvenil.  En las mesas al fondo que siempre ocupaban, bajo la fotografía enmarcada del Empleado del Mes,  todo era algarabía y relajo.  Orlando realizó una desopilante imitación de la Directora  rezando bajo la ceiba y sus compañeras estallaron en carcajadas.
   En el transcurso de ese año muchas cosas les habían sucedido. Se habían graduado, tenían empleos o proseguían distintos estudios;  habían dejado de ser adolescentes y cada uno tenía ya  establecida su  identidad  para el juego adulto del futuro. Finalmente, Orlando había salido del “closet” y era abiertamente gay.
   ---No deberíamos reírnos así  ---dijo de pronto Migdalia, poniéndose seria de repente.
   ---Es verdad  --la secundó Aixa--.  Por respeto a Millie.
  Había sollozado amargamente durante el minuto de silencio y ahora estaba de nuevo al borde de las lágrimas.
  ---¡Si yo no le falté el respeto a ella!  ---se defendió Orlando--  Es que me parece ridícula la Doctora Ángeles Agosto --tan atea ella, tan científica y tan defensora del aborto ella-- orándole a Dios por el alma de nuestra compañera en el  Cielo. ¿No la vieron como ponía los ojos en blanco?  ¡Madre mía! ¡La primera en reírse hubiera sido Millie! 
  Al mencionar a la amiga ausente se le hizo un nudo en la garganta, y también a él se le aguaron los ojos.
   ---Bueno   --dijo Betzaida--.   Tampoco una cosa no tiene que ver con la otra.  Ella es ahora la Decana y le toca cumplir con un protocolo.
   ---¡Ay, no me vengas!   Que no  finja una cosa cuando es la otra.
   ---Bien que se aprovechó de toda la atención de la prensa para arrimarle una brasa a su sardina  ---siseó Zorangelises por lo bajo--.  ¡Pobre Millie, bendito!   
   De pronto la alegría de los jóvenes se apagó bruscamente como si una nube negra se hubiera posado sobre el Burger King.  Comieron en silencio sumidos en sus pensamientos, y por un rato sólo se oyó el rumor de las masticaciones, el chirrido de los sorbetos en los enormes vasos de refresco con hielo y el ocasional carraspeo del  ketchup exprimido sobre las papas fritas.
   El Empleado del Mes, meticulosamente limpio y con el pelo recortado, recorría las mesas  recogiendo bandejas, llenando servilleteros, reponiendo los cubiertos de plástico, la mostaza, los sobresitos de sal,  pimienta y azucar en la estantería junto a la caja registradora.  Era un hombre de rasgos indefinidos que hoy llevaba puesta la corona de cartón dorado que el establecimiento regalaban a los niños con cada combo ‘Whopper’,  ración infantil.  Apenas hacía un año que había comenzado en Burger King y ya era el mejor. Por debajo del delantal de su uniforme asomaban, como navajas, los filos paralelos de sus pantalones planchados con almidón.
  Nunca se encontró  al culpable; nunca se hizo justicia. Eso era lo que más rabia le daba, murmuró Migdalia entre dientes.  Mientras tanto el asesino seguía suelto, de lo más campante por ahí.
  ---Es cierto    ---dijo Aixa mirando con aprensión hacia ambos lados.
  Puso tal cara de miedo que Orlando y Betzaida no pudieron contener la risa.
  ---Sí, ríanse nomás  --se molestó la chica--.  Ya lo dijo aquella mujer policía por televisión: el asesino podría ser cualquiera.  Este país está lleno de locos.
  ---Bah.  Ése seguro que hace rato que cruzó el charco  ---dijo Betzaida--.  Debe estar en   
     la Florida o en Connecticut echándose fresco.
   Pero Aixa seguía negando con la cabeza.
   Zorangelises no pudo resistir la tentación de echarle más leña al fuego:  ---Uy, sí Aixa. 
   Mira a ese tipo tan raro allá junto a la ventana: esa calva como un nido  de guaraguao.     
    Y esa nariz. ¡Uyyy!.
   ---O aquél otro que mide como siete pies. Con esos bigotes de morsa. ¡Wow!
      Se formó otra vez el vacilón y pronto se olvidaron de Millie.   Haciendo cómicas morisquetas y visajes con  su cara de goma, Orlando se puso a imitar a la gente de las mesas vecinas. Las muchachas reían como locas.  
  ---¿Tedminadon con ed kedchup?     ---los interrumpió el Empleado del Mes. 
  Hablaba con un defecto, como si tuviera una papa en la boca o hubiese estado muchos años sin hablar. La corona de cartón pintado tembló sobre su cabeza, sacudida por un leve tic que le contraía los músculos del  cuello con la regularidad de un reloj.

  En la fotografía colgada sobre la pared del fondo, su rostro sonreía.  El propio Empleado del Mes sonreía también ahora, enigmático y cabrón.