Cuando me disponía a iniciar la escritura de este blog tomé
unos apuntes que iban más o menos así:
Usar muchos puntos y
aparte. Los párrafos nuevos siempre
aligeran el texto, lo que ya es algo, conociéndome.
Después escribí algo sobre” vivir el presente”, un tópico tan
tópico que ya parece inabordable, pero me gustó la metáfora del Stradivarius y
aquí lo comparto (porque de eso se trata un blog, de compartir ¿no?).
“Vivir el presente,
sí, pero con la plena resonancia del pasado que le otorga consistencia plena,
como si fuera ese pasado la inigualable caja de un violín Stradivarius en el
que cada melodía resuena con la densidad de todo lo que hizo posible la
fabricación de este instrumento sin
igual. Vivir también el pasado, entonces. No como nostalgia estéril ni añoranza, sino
como plenitud. Sólo así adquiere el
presente su verdadera riqueza, con esa resonancia.”
El conjunto suena un
poco a autoayuda, lo confieso, y es que este
blog lo es --de auto ayuda para mí, ¡ojo! Lo cultivo con la esperanza de que me airee
los sesos y sirva de válvula de escape a mi perniciosa manía de hacer hair splitting de las ideas. Será un alivio también para los que viven
conmigo, interlocutores cautivos de mis alambicados razonamientos. No es el
momento de ponerme confesional ni de hacer de este blog un selfie, pero sí diré que hasta los acontecimientos más banales
disparan en mí la compulsión por rizar el rizo y buscarle cinco patas al gato. Por
ahí van los tiros: intentaré sacarle punta a las cosas cotidianas, y a ver
hacia dónde nos llevan.
Un anticipo: el fascinante tema de los insultos. ¿Qué dicen sobre nosotros los insultos que
proferimos? Se perfila aquí todo un eclairage intime de las diferencias
culturales. ¿Por qué se caga en tus muertos un siciliano, cuando un alemán te
llama orificio anal, un español cuestiona
la fidelidad de tu esposa y un húngaro te desea que Dios Nuestro Señor te dé por culo? No quiero imaginarme que se dirán los
japoneses, entre reverencia y reverencia.
Pero todavía
no. Un poco de suspense necesario. Por ahora, aquí va un cuento mío, inédito y
casi virgen, ambientado en Puerto Rico.
AL ESTE DEL PARAISO
AL ESTE DEL PARAISO
El infierno es la mirada del otro.
I
Se rajó la gorda nube con el estruendo de
un trueno, cayó el diluvio del cielo y
él vio que estaba bien, era bueno que el aguacero le golpeara la cabeza desnuda recorriendo su piel en minúsculas cataratas que
pronto llenaron sus zapatos; al caminar sonaba el agua en ellos y sus pies parecían
grandes peces chapoteando en el cubo de un pescador. La ropa empapada se pegaba a su piel, y era
bueno también. Mojado de lluvia se sentía desnudo sin estarlo; ya no habίa
nada entre su cuerpo y la Creación , toda ella y sus
frutos como una mesa tendida para él.
Era único y estaba solo --pero él no era Dios,
aunque lo pareciera. Dios era quien le habίa puesto al frente todas las cosas del
mundo, le había enseñado su abuela en
las brumas de su infancia. Cosas que no
existían, sin embargo, en sí mismas y sόlo venían a adquirir verdadera realidad
cuando él las representaba en su mente.
Sintió sed y se sació con sólo abrir la boca,
de cara al agua dulce y fresca que caίa del cielo. Nada más hacerlo y fueron la misma cosa su
sed y esa agua que al beberla descendía gorgoteando por su garganta hacia
el misterioso interior invisible de sί mismo hecho de sensaciones: burbujas de gas, espesos olores y las
acomodaciones submarinas de sus vísceras y όrganos en lo profundo.
De cuando en cuando aquel mundo sin luz que
llevaba dentro se manifestaba en forma de un chorro de líquido amarillo y
espumoso con el que rociaba su entorno. O en deposiciones de materia semisólida que olían supremamente
a su propia y profunda persona. Se
desapegaba con esfuerzo de esta materia; le producía nostalgia abandonar al mundo la
sustancia tibia que hasta hace poco había formado parte íntima de su ser.
Aún así, también eso se correspondía con un anhelo. Al aliviarse, acuclillado sobre el suelo, no
eran diferentes su mierda y las ganas de
cagar.
Cuando sentía el doloroso espasmo en la boca
del estómago vacío le bastaba con estirar la mano. Rebuscaba un
poco entre los recipientes, buceando aquí y allá con el tacto y con la vista,
hasta dar con la sustancia diversa que aplacaba su ansia y la fundía con su
satisfacción. Masticaba y tragaba sumido en un extático presente de plenitud
animal. Había de todo en abundancia y de
todas las texturas: hot dogs, muslos de pollo frito, arroz con habichuelas,
restos de papas fritas nadando en “ketchup”, apenas mordidos sándwiches de
jamón y queso derretidos por el calor, pedazos de sandías cuando era la época,
mangos y papayas, semipodridos y fragantes, en las cercanías del puesto de
frutas a la sombra los dos edificios
como blancos transatlánticos paralelos navegando en la catarata de luz del sol
del mediodía.
Recorría caminando toda la ciudad. Cuando lo invadía el cansancio de sus piernas
fatigadas o simplemente se saturaban sus
sentidos, sobrestimulados por la
plenitud casi insoportable de la vida --colores y formas en la hoguera de la luz; la
textura infinita de las cosas con su inagotable diversidad de olores y sabores
en medio del estruendo del mundo-- echaba un sueñecito dulce donde lo sorprendiera el impulso. Cualquier lugar era bueno: el mundo era una
mesa tendida, y una cama tendida también.
El filo de sombra de un edificio sobre la acera, el interior mullido de
los gigantescos contenedores de basura del supermercado, los bancos de metal
inoxidable en la parada de autobuses: la Creaciόn de la que le
había hablado su abuela lo acogía como un mullido lecho del que no era posible
caerse. El mundo entero era un lecho y no existía el
vacío. Suspendido en el estado de gracia de su absoluta soledad, todas las
cosas eran él mismo y no habίa adonde caerse.
En cambio por las noches --para esa larga
zambullida hacia la nada en el fondo de su ser-- siempre se acurrucaba en el
mismo sitio bajo el puente de cemento de la autopista Las Américas. La tierra apisonada entre los dos pilares del
centro conservaba la huella de su cuerpo
enroscado y sobre la pared de concreto una
aureola de sebo olía a él, marcando como
un rabo de nube el lugar de su madriguera nocturna.
Sucedía a veces que, al caer en lo profundo,
le nacía de aquella nada un anhelo desconocido que no se correspondía con ninguna de las cosas del mundo ni se hacía uno en su interior con cosa alguna. Era
ésta una pura ansia sin destino que
culminaba en un largo espasmo, tibio y pegajoso. Nacida del fondo de la nada, esta ansia era
distinta porque jamás llegaba a fundirse
con su propia realización. Le dejaba, en
cambio, un vacío por dentro ---como si una mano invisible le hubiese extirpado
una víscera mientras dormía.
Jamás soñaba. Cada noche la Creación y él se sumergían
simultáneamente en el caos sin luz anterior a la existencia, reinventándose al
alba a partir de la luz que se colaba por debajo del puente.
Luego de vaciar largamente su vejiga sobre
el terraplén, se asomaba al río de chatarra que ya comenzaba a
formarse en la avenida. Como duros escarabajos los autos se apiñaban contra la
luz del semáforo en rojo; en su interior, encapsulados detrás de los cristales,
hombres y mujeres, niños, viejos, jóvenes:
la humanidad. Para él sólo eran cuadros fijos
fugaces en la cinta de una película en marcha.
Muchacha maquillándose en el
espejo … matrimonio discutiendo …bebé
llorando… jóvenes del arrabal
sacudiéndose a ritmo de regetón … Eran los
Otros, los que no eran Él, como un telόn de fondo para la soledad de su
paraíso.
Liberados por el semáforo en verde, los
miraba fluir: las manos crispadas sobre
la rueda del volante, los ojos perforando el parabrisas. Al atorarse la corriente en el próximo cambio
de luces se forma un remanso . Ellos miran a un lado y al otro; a
veces tiene la ilusoria impresión de que lo ven. La ilusión duraba apenas un
instante; le bastaba parpadear, cerrar
los ojos, y ya se deshacía el espejismo.
* * *
.
Y fue que se enroscό en su madriguera bajo el puente de la
autopista y cayό en un sueño pesado y profundo, adormecido por la oscura
turbulencia de un viento negro que ya presagiaba el inicio de la temporada de
huracanes. También esa noche, como otras, lo invadiό aquel anhelo sin nombre y sin destino, y mientras
dormía se derramό. Entre tarde y mañana fue el día siguiente, y cuando
abriό los ojos estaba la muchacha de pie a su lado.
Cerró fuertemente los ojos y volviό a
adormilarse hasta que lo despertó la sirena de una ambulancia por la avenida. Todavía encogido en posición fetal zafό un par de pedos de
estruendo y después se levantό a orinar,
con el sexo endurecido por la presión en su vejiga.
Ella
seguía allí.
Mientras rociaba abundantemente la pared de cemento --el líquido formaba un arroyuelo espumoso en el
polvo del terraplén por entre sus pies descalzos --parpadeό varias veces para borrarla de la
existencia. Ya desaparecería ella
también como los otros, se dijo.
Muy pronto una placentera lasitud, un ansia
conocida, se fue extendiendo por su
vientre. Se bajó los pantalones y se
acuclillό allí mismo. La sustancia, supremamente
real y de un olor profundo, se desprendiό de su cuerpo con deleitosa parsimonia
formando una rosca semiblanda rematada en un firulete puntiagudo. La abandonό con pesar entre la maleza luego
de limpiarse con la mano izquierda.
Estaba restregando esa mano contra los
pastos húmedos de rocío para lavarla un poco cuando la muchacha, que no se
había desvanecido en la nada, le tendiό un rollo de papel. Parecía tan real como si también ella fuese
una sustancia salida de su cuerpo.
Abriendo su mochila sacό una fiambrera de
tres recipientes de aluminio, como las de antes, y los fue destapando uno a uno mientras anunciaba
con voz sonora el nombre de cada plato: sopa de plátano, bisté encebollado con arroz y habichuelas
guisadas, amarillos fritos y una raja de aguacate por el la’o. Los aromas compuestos de la comida hirieron
sus sentidos; se llenό su boca de saliva, y ya iba a
abalanzarse sobre aquellos manjares cuando la muchacha lo contuvo con un gesto.
---No, no, no, no –dijo, poniendo los platos
fuera de su alcance--. Primero se me
lava las manos con agua y jabón.
Y sacό de su mochila sin fin un botellón de
agua, una pastilla de jabón y una toalla.
Aquello fue el comienzo.
El obedeciό --¿cόmo no iba a obedecerle?-- y la muchacha le permitió comer. Comiό con sus manos recién lavadas sumergiendo directamente el rostro barbado en el plato de aluminio. Satisfecha su hambre, la comida dejό de
existir. Sόlo quedaron algunos restos que
ella recogiό junto a los platos, guardándolo todo en una bolsa de plástico en
su mochila. El lanzό un eructo de buena
digestiόn y recostό la espalda contra la pared de cemento de su guarida,
despatarrado, con el pantalón entreabierto y las barbas pegoteadas de guiso de
habichuelas.
--Me llamo Milagros --dijo la muchacha antes de irse.
El la vio irse, alta y flexible por el
terraplén arriba con la mochila al hombro. Ahora sólo le quedaba aquel único anhelo, esa
ansia sin destino que lo golpeó con más fuerza cuando ella se hubo ido.
Ese fue el primer día.
* * *
---No
ha sido nada de fácil, créanme --dijo
Milagros lanzando una alegre carcajada—
pero ya puedo decir que lo tengo
comiéndome de la mano.
---¡Yesssss!
--exclamó entusiasmada Aixa, haciendo el consabido gesto.
-- Lo
próximo es conseguir que ingrese en el Centro de Acogida de Río Piedras--prosiguió
Millie.
--No te hagas ilusiones --dijo Migdalia con una sonrisa verdosa--. Ahí tienen una lista de espera que no te
digo…
--No, si no es eso. Para lo del alojamiento estoy segura de que la Dra. Ángeles Agosto, como
directora del proyecto Reinserción Social del Deambulante, me podría ayudar.
--Pero claro, chica. --exclamó Betzaida--. Para eso es tu directora de tesis, ¿no? Seguro que después ella usa tu casito de muestra para pedir un fracatán
de Fondos Federales.
---Es que él no quiere. Prefiere dormir
debajo del puente.
---¿Cóóómo? –se asombró Zorangelises--. ¿Prefiere dormir en la calle que bajo techo,
protegido de la lluvia, en una buena cama con colchón? ¡Estará loco!
---Hay
que considerar que las motivaciones psicológicas de estos individuos suelen ser sumamente complejas
--dijo con voz engolada Orlando, el único varón entre los candidatos a graduados
de Trabajo Social--. Habría que analizar
sus causas profundas, remontarnos a los traumas de su infancia...
---Whatever,
Orlando --dijo Migdalia, cortándole el
chorro--. ¿Pero el tipo qué te dice,
Milagros? ¿Por qué no quiere?
---¡Qué emoción, Millie! --interrumpió Betzaida-- ¡Rehabilitar a un ser humano de verdad --igual
que en esos casos que estudiamos en los libros!
Aixa también estaba emocionada y contemplaba
a Milagros con sus grandes ojos negros muy abiertos.
--No lo sé, dijo Millie. Es que él no habla.
--¿Cómo que no habla? ¿Es mudo? –se asombró
Orlando.
--No chico, no --rio Milagros--. Quiero decir, que nunca me cuenta nada. Cuando habla parece que tuviera una papa en
la boca, el pobre. Ni siquiera sé cómo
se llama de verdad; yo le digo “Cheo”. En la solicitud para conseguirle trabajo por Capítulo 54 puse: “José Rivera Rodríguez”, y me inventé sus
datos de identidad.
La mesa del Burger King estalló en una
carcajada.
---Es que tú eres bien atrevida…--dijo
Zorangelises, mordiendo su “Whopper” de doble queso con todo.
---Ten cuidado, Milagros. No te vayas a meter en un problema ---advirtió Migdalia.
---Qué va a ser, chica. Si todo eso es con dinero americano, a nadie
le importa.
---Además, es para una buena causa ---intervino Aixa cuando bajó el alboroto de
la cháchara y las risas--. Una causa muy
noble.
Migdalia no dijo nada, pero siguió meneando
la cabeza con desaprobación.
---Pero cuenta; cuéntanos Millie ---insistió Betzaida, loca por saber.
---Oye, sí
--dijo Zorangelises--. Te lo
tenías calladito, eh. Sabíamos que
estabas trabajando en tu tesina, pero nunca nos imaginamos que ya tenías un
casito real, nena. Un verdadero caso con
un deambulante vagabundo sin techo. ¡Y eso, antes de graduarte! ¡Uau, Millie! ¡Chócala!
---Bueeeeno…
Milagros comenzó a hablar y se hizo el silencio:
---Pues, al principio fue BIEN dificil, como
ya les dije. ¡Ufff! Sobre todo
sobreponerme al asco que me daba el pobre Cheo, bendito.
Contó cómo lo había descubierto un día que
circulaba en carro por la avenida y lo
vio, semidesnudo y con la barba hasta el pecho como un profeta bíblico, mientras
hacía sus necesidades agachado bajo el puente de la autopista. Frente a todo el mundo. Recordando lo estudiado en la clase de
Psicología de la Conducta ,
se le ocurrió llevarle comida sabrosa y
usar el alimento como señuelo para lograr que se fuera (Millie buscó el término
adecuado) …civilizando poco a poco.
---No se pueden imaginar lo que era al
principio, cuando empecé a trabajar con él.
Cheo se agachaba a cagar y se limpiaba la mierda con la mano, como un
mono. Tenía una peste encima que por
poco me desmayo la primera vez que me le acerqué.
Le servía
comida bien rica --arroz con habichuelas, tostones, carne guisada o
pollo--
pero no se la daba hasta que no se lavara las
manos. Una vez logrado eso –que se lavara-- después fue la lucha para que no me
comiera directamente del plato. Y después, que se fuera a cagar bien lejos, y
escondido. Y así fue con todo lo demás: Hasta que no me hacía caso no le daba de
comer.
---Y después de comer, ¿te seguía haciendo
caso? --quiso saber Orlando.
Milagros pensó un momento antes de
responder:
---Sí y no…
Digamos que se fue acostumbrando poco a poco a hacer algunas cosas más
decentemente, pero lo cierto es que cuando ya estaba satisfecho volvía a recaer
en lo mismo. Ya yo no sabía qué hacer
para que la modificación de conducta le durara. Entonces un día sucedió algo que
me dio la clave.
Milagros hizo una pequeña pausa dramática
para mantener en vilo a sus compañeros.
---Yo estaba sentada a su lado mientras
terminaba de comer, cuando de pronto Cheo se me acerca y recuesta su cabeza en
mi falda.
---¡Qué brutal, Millie! --exclamó Betzaida--. ¡Ay, se me pone la carne de gallina!
---Yo me quedé helada --prosiguió Milagros--. Eso era cuando todavía no se había bañado
nunca, imagínense…
Bueno.
Mi primera reacción --en mi mente-- fue ¡echa pa’allá! y empujarlo. Pero
en lugar de eso --no sé por qué-- me puse a rascarlo con las uñas por entre la mata
emplegostá del pelo ---igualito que los monos en los documentales de “Nature”
cuando se espulgan. La cuestión es que
funcionó. Cheo se puso a gemir como un perrito agradecido, y desde entonces
hace todo lo que yo le diga.
--¡Ay bendito! –suspiró Aixa, y se le salían
las lágrimas.
---¿Lo ven?, ¿lo ven? –protestó Orlando-- Esas son las cosas que un varón no puede
hacer. En esta profesión las mujeres nos
llevan ventaja, no es justo. ¡A ver si
yo puedo rehabilitar a un deambulante rascándolo un poquito!
---Vamos, nene ---se burló Zorangelises con malicia--. Ahora no te vayas a convertir en trasvesti nada más que por eso. Que ganas no te faltan…
Cuando se acallaron las risas y las bromas, Milagros siguió contando:
---Al día
siguiente conseguí que se bañara completo en La Casa de Nuestra Gente. Le traje ropa del Salvation Army y se la puso.
¡Parecía otra persona! ¿Y
adivinen qué? ¡Me dejó que lo afeitara y
le cortara el pelo! Trasss, trasss,
trasss: con una tijeras le tumbé todos esos dreads asquerosos de sucios. Y todo eso nada más que a cambio de un poco
de cariño, bendito-- suspiró Millie--. Lo
único que me falta ahora es convencerlo para que no siga durmiendo bajo el
puente.
---Tienes que tener mucho cuidado,
Milagros -- advirtió Migdalia, poniendo
la nota discordante en medio del entusiasmo general--. Aquí
puede haber un issue de
profesionalismo. Te pueden cuestionar esos métodos…
---¡Psss!
Que me cuestionen si quieren… ---ahí están los resultados. ¿Qué puede haber de malo en rascarle un
poquito la cabeza de vez en cuando?
---Por las dudas, tú eso no lo pongas en la
tesina ---dijo Zorangelises.
---Sí, NO lo pongas, Millie, por favor ---dijo Aixa--. Hay mucha gente mal pensada.
---Comoquiera, te puedes buscar un
problema --insistió Migdalia--. ¿Y si
se enamora de ti, ¿eh? Tú no sabes…
---Nah, que va. --Milagros se encogió de hombros--. Ta’ t’o bajo control.
* * *
Una mañana lo despertó como siempre el fragor temprano de los
automóviles por la avenida. Al salir de su madriguera bajo el puente y asomarse
al terraplén, de pronto se sintió desnudo.
Aunque llevaba puesta la ropa limpia y casi nueva que la muchacha le
había traído del Salvation Army, le pareció ahora que no podía tapar sus
vergüenzas de los ojos que lo
escudriñaban desde las ventanillas de los carros. Esta
vez de nada le sirvió parpadear. Los
ojos seguían allí, estaban por todas partes aleteando como bandadas de
murciélagos sorprendidos por la luz del día.
Los veía todo el tiempo, implacables, dondequiera que se ocultase en su eterno
deambular por la ciudad. Achicharrado de
luz, convertido en bestia urbana, en comedor de basura en el espejo de esos
ojos, deseó con todas sus fuerzas regresar
a su paraíso de antes --cuando aún no existía la muchacha. Y ese anhelo desesperado se fundió, en lo
profundo, con el ansia sin destino que le nacía por las noches.
Porque era ella --la
muchacha—el ángel flamígero que guardaba las puertas del Paraíso.
II
---Esa pregunta no se la puedo contestar,
compañera ---repitió por tercera vez el
Superintendente de la Policía
en la conferencia de prensa--. En este
momento podría comprometer la investigación que estamos llevando a cabo.
A su lado el coronel Desiderio Babilonia
asentía con su cabeza afeitada, reluciente como una bola de bowling.
---A ver allá, ‘El Vocero’, que hace rato que
me está pidiendo un turno.
El reportero carraspeó, esbozando una sonrisa. Su atiplada voz de bolero se alzó por encima del murmullo de
sus colegas:
---¿Ya está confirmado el informe del forense?
A su
lado un cámara del Canal 2 TV maniobraba entre la cablería buscando los mejores
ángulos.
---Esa pregunta se la dejo a la Teniente Díaz , de la División de Delitos
Sexuales.
---Positivo ---respondió lacónica por el micrófono la
mujer en uniforme de policía a su derecha . La carne de sus hombros se amontonaba sobre el
cuello como la nuca de un toro cebú; sus cabellos recogidos en un apretado moño en lo alto de la cabeza remataban en un tilde
negro el conjunto de su persona.
---O sea, que la violación ocurrió después
de la muerte.
---Eso es correcto.
---¿Podría elaborar un poco, Teniente? Para mis oyentes. --- interrumpió la chica de
WKQ Radio, sosteniendo su grabadora en alto--.
¿Cuánto tiempo transcurrió entre el asesinato y la violación?
--- ¡Aquí, Teniente! --chilló una voz masculina-- ¿Fue violada más
de una vez? El cadáver, quiero decir…
---¡Vamos a respetar los turnos, compañeros!
---¡Coño!
--- ¡Aquí, para ‘Primera Hora’! ¿Es cierto
que la estranguló con un pedazo de alambre?
---¿Hay algún testigo? ¿Alguien oyó gritos?
---¿A
qué hora se supone que fue la muerte?
---¿Tienen a algún sospechoso? ¿Hubo arrestos?
Preguntaban todos al mismo tiempo, a los gritos.
El coronel Desiderio Babilonia, a cargo de la investigación, pidió calma con voz de cuartel:
¡Orden!
--ladró por el micrófono--. Así
no podemos seguir. Es una pregunta por
vez. A ver:
‘Telemundo’.
---¿Alguna teoría de por qué el asesino la
mató antes de violarla? Casi siempre es al revés, ¿no?
La cámara de televisión móvil tomó un plano
medio de la rubia reportera, y enseguida un “close up” de la Teniente Díaz .
---Hay detalles que no les puedo dar, por
respeto a la dignidad de la víctima.
Su mole imperturbable llenaba la pantalla
como el primer plano de un luchador de “sumo”.
---Estamos buscando el paradero del principal sospechoso, un deambulante
que dormía debajo del puente de la autopista donde se encontró el cadáver ---terció el coronel Desiderio Babilonia.
Aclarándose la garganta agregó:
---Aprovecho,
¿veldá?, para hacer un llamado al pueblo
de Puerto Rico por este medio. Cualquiera
persona que crea haber visto al susodicho sospechoso puede llamar al 787 343 2020. O al
411, y que le comuniquen directamente
con la oficina de este servidor, coronel Desiderio Babilonia, del Negociado de
Investigaciones Criminales de la
Policía de Puerto Rico.
Gracias.
---Coronel, coronel. Para ‘Noticentro Canal 2’, que estamos en el
aire. ¿Qué pistas sólidas se están
siguiendo, en este momento?
---Bueno…
Como decía ahora mismo el señor Superintendente de la Policía , hay informaciones
que no les podemos dar porque ponen en peligro la investigación. Pero estamos siguiendo todas las pistas y hay
gente trabajando en el caso alrededor del reloj, las veinticuatro horas del
día.
---Tengo información de que se han hecho
numerosas intervenciones con la población indigente. Han habido denuncias, inclusive, de
detenciones ilegales --intervino ‘Radio
Oro’ blandiendo el micrófono de su grabadora--.
¿Es que han identificado a algún cómplice del sospechoso?
---Todo lo que puedo decirles es que en este
momento no hay ningún detenido. Hubieron,
eso es correcto, unas personas que
fueron detenidas y debidamente interrogadas, pero ya están otra vez en la libre
comunidad. O sea, en la calle.
Apuntando con el mentón, señaló a uno de los
periodistas del fondo:
---A ver, el semanario ‘Claridad’ de la bella
izquierda, je,je.. Su pregunta --y que sea breve, ¡por favor!
Un joven de aspecto serio tomó la palabra. Tenía, al hablar, ese inconfundible fraseo
demorado en las pausas, calco retórico del líder máximo de su comunidad
política:
---¿Cómo es
posible --les pregunto, señores
Superintendente de la Policía
y coronel Babilonia, a cargo de esta investigación-- que en
una isla pequeña como la nuestra, con todos nuestros aeropuertos y puertos de
mar controlados por el Imperialismo Yanqui, la Policía no haya podido
encontrar todavía a una persona que lleva AÑOS viviendo debajo del mismo puente, a la vista de los MILES de conductores que
pasan por ahí todos los días? ¿O es que
acaso se lo tragó la tierra?
---Al igual que las famosas bombas aquellas con
que, alegadamente, unos patriotas iban
a volar las torres del Cerro Maravilla…
Añadió con
elaborado sarcasmo el joven de aspecto serio acomodándose los anteojos.
Los altos mandos de las fuerzas del Orden Público lo oyeron
como quien oye llover y no mordieron el
anzuelo. Acostumbrado al ninguneo en las
ruedas de prensa, el periodista de ‘Claridad’ se sentó, sin embargo, con la
satisfacción del deber cumplido. Tal como
era de esperarse, sus cuestionamientos quedaron
sin respuesta.
El planteo de cómo pudo haber desaparecido el
principal sospechoso con tanta facilidad ya se disolvía en el terco silencio de
las autoridades, habitual en estos casos, cuando inesperadamente la teniente
Díaz habló:
---No se lo tragó la tierra, joven, pero va a
ser sumamente difícil encontrarlo.
La víctima –Milagros Santos Mangual,”Millie”--
había hecho un buen trabajo, dijo. Al
rehabilitar al sospechoso y recobrarlo para la sociedad lo había transformado
por completo, convirtiéndolo en una persona común y corriente. El presunto asesino podía ser cualquiera; al igual que un camaleón, ahora resultaba
indistinguible de los demás. Con un
toque de prédica Pentecostal, la teniente Díaz agregó:
---Cualquiera de nosotros al Este del Paraíso.
* * *
Finalizado círculo de oración bajo la gran ceiba frente a la Biblioteca
Lázaro, en conmemoración del primer año desde la desaparición de Millie, los
amigos se fueron a comer al Burguer King
de Río Piedras. Había conducido la
ceremonia la propia Directora --ahora
Decana de Asuntos Académicos. Durante el
minuto de silencio, en círculo con las manos entrelazadas, hubo lágrimas y
sollozos; pero ya en el restaurante de comida rápida los amigos habían recobrado su despreocupada alegría juvenil. En las mesas al fondo que siempre ocupaban,
bajo la fotografía enmarcada del Empleado del Mes, todo era algarabía y relajo. Orlando realizó una desopilante imitación de la Directora rezando bajo la ceiba y sus compañeras
estallaron en carcajadas.
En el transcurso de ese año muchas cosas les
habían sucedido. Se habían graduado, tenían empleos o proseguían distintos
estudios; habían dejado de ser
adolescentes y cada uno tenía ya establecida
su identidad para el juego adulto del futuro. Finalmente, Orlando
había salido del “closet” y era abiertamente gay.
---No deberíamos reírnos así ---dijo de pronto Migdalia, poniéndose seria
de repente.
---Es verdad
--la secundó Aixa--. Por respeto
a Millie.
Había
sollozado amargamente durante el minuto de silencio y ahora estaba de nuevo al
borde de las lágrimas.
---¡Si yo no le falté el respeto a ella!
---se defendió Orlando-- Es que
me parece ridícula la Doctora
Ángeles Agosto --tan atea ella, tan científica y tan defensora del aborto
ella-- orándole a Dios por el alma de nuestra compañera en el Cielo. ¿No la vieron como ponía los ojos en
blanco? ¡Madre mía! ¡La primera en
reírse hubiera sido Millie!
Al mencionar a la amiga ausente se le hizo un
nudo en la garganta, y también a él se le aguaron los ojos.
---Bueno
--dijo Betzaida--. Tampoco una
cosa no tiene que ver con la otra. Ella
es ahora la Decana
y le toca cumplir con un protocolo.
---¡Ay, no me vengas! Que no finja una cosa cuando es la otra.
---Bien que se aprovechó de toda la atención
de la prensa para arrimarle una brasa a su sardina ---siseó Zorangelises por lo bajo--. ¡Pobre Millie, bendito!
De
pronto la alegría de los jóvenes se apagó bruscamente como si una nube negra se
hubiera posado sobre el Burger King. Comieron
en silencio sumidos en sus pensamientos, y por un rato sólo se oyó el rumor de
las masticaciones, el chirrido de los sorbetos en los enormes vasos de refresco
con hielo y el ocasional carraspeo del
ketchup exprimido sobre las papas fritas.
El
Empleado del Mes, meticulosamente limpio y con el pelo recortado, recorría las
mesas recogiendo bandejas, llenando
servilleteros, reponiendo los cubiertos de plástico, la mostaza, los sobresitos
de sal, pimienta y azucar en la estantería
junto a la caja registradora. Era un
hombre de rasgos indefinidos que hoy llevaba puesta la corona de cartón dorado
que el establecimiento regalaban a los niños con cada combo ‘Whopper’, ración infantil. Apenas hacía un año que había comenzado en
Burger King y ya era el mejor. Por debajo del delantal de su uniforme asomaban,
como navajas, los filos paralelos de sus pantalones planchados con almidón.
Nunca se encontró al culpable; nunca se hizo justicia. Eso era
lo que más rabia le daba, murmuró Migdalia entre dientes. Mientras tanto el asesino seguía suelto, de lo
más campante por ahí.
---Es cierto ---dijo Aixa mirando con aprensión hacia
ambos lados.
Puso tal cara de miedo que Orlando y Betzaida
no pudieron contener la risa.
---Sí, ríanse nomás --se molestó la chica--. Ya lo dijo aquella mujer policía por
televisión: el asesino podría ser cualquiera.
Este país está lleno de locos.
---Bah.
Ése seguro que hace rato que cruzó el charco ---dijo Betzaida--. Debe estar en
la Florida o en Connecticut echándose
fresco.
Pero
Aixa seguía negando con la cabeza.
Zorangelises no pudo resistir la tentación de
echarle más leña al fuego: ---Uy, sí
Aixa.
Mira a ese tipo tan raro allá junto a la
ventana: esa calva como un nido de
guaraguao.
Y esa nariz. ¡Uyyy!.
---O
aquél otro que mide como siete pies. Con esos bigotes de morsa. ¡Wow!
Se
formó otra vez el vacilón y pronto se olvidaron de Millie. Haciendo cómicas morisquetas y visajes con su cara de goma, Orlando se puso a imitar a la
gente de las mesas vecinas. Las muchachas reían como locas.
---¿Tedminadon con ed kedchup? ---los interrumpió el Empleado del Mes.
Hablaba con un defecto, como si tuviera una
papa en la boca o hubiese estado muchos años sin hablar. La corona de cartón
pintado tembló sobre su cabeza, sacudida por un leve tic que le contraía los
músculos del cuello con la regularidad
de un reloj.
En la fotografía colgada sobre la pared del
fondo, su rostro sonreía. El propio
Empleado del Mes sonreía también ahora, enigmático y cabrón.